jueves, 28 de febrero de 2008

Todos de acuerdo

El Joven Galeno, recientemente incorporado a la mesa del café del Gallero, dos días después de la famosa definición del Loco Vieytes, se digirió al mencionado y le espetó: “Decime, Vieytes, tengo una duda: me podrías definir qué es para vos estupidez?”.
La mirada del Loco tomó altura hasta posarse en el viejo ventilador de techo que hacía ingentes esfuerzos para dar una y otra de sus desganadas vueltas. “Perdón –continuó el Joven Galeno- te puedo llamar Loco?”.
“Faltaba más! –replicó al instante nuestro amigo- viniendo de usted más que un apodo es como un diagnóstico cariñoso”. E, inmediatamente, casi sin respirar dijo: “Estupidez, básicamente, es la falta total o carencia aguda de sentido común. ¿Cómo explicárselo, mi querido tordo? Para continuar con el tema del otro día, estupidez es usar la moto como si fuera una camioneta…”
“No entiendo” atinó a intervenir el Pelado Manchais. “Muy fácil y muy gráfico para explicar, continuó el Loco, si un tipo sale a hacer las compras con los dos pibes, la jermu, la suegra y las bolsitas del supermercado en una zanelita 50, para mí no está cometiendo una infracción de tránsito, para mí ES UN ESTUPIDO!!... se entiende ahora? Y encima, si tienen algún accidente, seguramente la culpa siempre es del otro, o de las autoridades que lo dejan transitar así.”
Hubo una especie de asentimiento general, no unánime, claro, pero la mesa comprendió lo que quería decir el Loco. “Bueno –intervino el Joven Galeno- si alguien es estúpido, es obligación de las autoridades actuar en salvaguarda de su vida y de la de los demás, no? Me parece?”
“Por supuesto –se metió en la conversación el Polaco- la ley tiene que ser dura y aplicarse a todos, absolutamente a todos!” A partir de allí, la conversación derivó en anécdotas, en descripción de accidentes, en el convencimiento de cambiar las leyes y ser más rigurosos.
En medio de todo esto, el Rulo Thompson, metió un bocadillo que realmente me gustó. “EL que estuvo muy bien y explicó las cosas como son, es ese que escribe en Internet, El Coso de al Lao”. Inmediatamente levanté la vista y conté con la mirada cómplice del Tano y el Polaco. Extrañamente (y por enésima vez esa tarde) la mesa asintió a pleno. No les quiero ni contar a dónde fue a parar mi autoestima. Me sentí como Bruno Díaz oyendo elogios hacia Batman. Como Don Diego de la Vega cuando el pueblo vitorea a El Zorro. Las mieles de la gloria empalagaban mi ego. No es fácil que tipos como los que frecuentamos (me incluyo) la mesa del café del Gallego se manden un comentario favorable. Seguramente, si supieran quién es El Coso de al Lao, no hubieran estado tan generosos a la hora de elogiar(me). Pero… tal como suelen decir “la gloria es efímera”. Y la mía fue tan efímera como clandestina. No duró lo que dura un suspiro.
Uno de los Innombrables intervino: “Yo no creo que ese Coso tenga tanta razón como dicen. Al final de cuentas le echa la culpa al pasado, a la historia, a los gobernantes que tuvimos. En fin, hace lo que todos, le echa la culpa al otro. Yo creo que cada uno tiene una parte importante de culpa”.
Yo no sé si es la humedad de los últimos días. La lluvia que provoca anegamientos cerebrales o que el Alzheimer se está propagando demasiado rápido. Lo cierto es que, nuevamente, y por milésima vez en la tarde, TODOS ESTUVIERON DE ACUERDO.
Estuve a punto de intervenir, decir algo, salir en defensa de mis propias (y ocultas) ideas. Pero fue el Joven Galeno quien volvió a la carga dirigiéndose al Loco: “Che, Loco, te quedaste callado. Tiraste la piedra y escondiste la mano, jeje”.
“No, perdón –contestó el Loco- es que me quedé como en ensoñación. Estaba como en éxtasis mientras los escuchaba a todos. Sus sabias palabras me transportaron en tiempo y espacio. Les juro que mientras se desarrolló la interesante conversación que tuvo lugar hoy aquí en esta mesa, tuve la sensación, la vívida sensación, de estar viviendo en Suiza…”

viernes, 22 de febrero de 2008

Contra la estupidez no se puede

El problema no son las picadas. El problema no son los jóvenes. El problema no son las motos. El problema no es el tránsito.
El problema es que hemos dejado de ser una sociedad organizada. Una sociedad con algunos valores (sólo algunos, claro) como solíamos ser. El problema es el sálvese quien pueda.
Vivimos en una sociedad muy violenta. No hablo de violencia física. Violenta en general. Y lo aceptamos y lo fuimos aprendiendo de a poco. A través de los chantajes que nos propuso el sistema.
Mientras en nuestro país se torturaba, se secuestraba y se apropiaban niños, declamábamos a los cuatro vientos que éramos “derechos y humanos”. En esa época descubrimos que Miami era accesible (tablita del dólar mediante) y mientras nuestro país era ferozmente vendido y endeudado, nos comprábamos los primeros televisores color. Allí nació el famoso (y triste) “deme dos”. Y como sociedad no tuvimos las agallas de enfrentar a quienes nos estaban hipotecando el futuro. El problema es ése. Es más fácil no pensar.
Después, la propia torpeza de los dictadores más que nuestra propia esperanza de un país mejor, nos trajo la democracia. Pero ya teníamos el virus dentro. Habíamos probado las mieles del primer mundo y queríamos volver a hacerlo cueste lo que cueste. Cuando alguien gasta más de lo que gana, el faltante sale de algún lado.
Y, entonces, nos volvieron a prometer Miami, Europa. Uno a Uno. ¿Cuánto ganás? 1.000 dólares, che. ¡Qué nivel!
Cuando alguien gasta más de lo que gana, el faltante sale de algún lado, repito. Entonces vendimos los teléfonos porque no andaban bien. Vendimos la luz, el gas, los trenes, los aviones, el acero. No importa. Nuevamente la plata dulce.
Cuando Colón llegó al Caribe cambió espejos por oro. 500 años después, nosotros lo seguimos haciendo. Nos vendieron espejos y les dimos nuestro oro. Oro puro, nuestros valores, nuestro corazón. Nos vendimos…
Cuando alguien gasta más de lo que gana, el faltante sale de algún lado.
No se si se habrá dado cuenta, pero estoy hablando de violencia. Primero los secuestros, desapariciones, las torturas. Después fueron 6 millones de argentinos sin trabajo. Desocupados. Después de vender las joyas de la abuela, hubo que seguir endeudándonos para mantener la fiesta. Y de esa manera entramos en el primer mundo. Claro, hizo falta un toquecito de impunidad para algunos “descuidos”. Impunidad para unos pocos.
¿El costo? Quince años, una o dos generaciones de argentinos que no se alimentaron bien cuando debían. Que no estudiaron como debían. Que no se educaron en la cultura del trabajo como debían. Que probaron la droga como no debían.
Pero lo peor de todo es que todo esto lo hicieron o padecieron ante la indiferencia total de nuestra sociedad. Indiferencia hasta que se empezaron a hacer notar. Piquetes, cortes de rutas y de calles. “¿Pero qué quieren estos negros?” se escuchó más de una vez. “El derecho a circular es de igual jerarquía constitucional que el derecho a comer” se alzaron las voces.
Lo peor de todo esto es que unos han perdido parte de sus posibilidades de crecer sanos y fuertes porque no tuvieron las mismas oportunidades. Los otros, hemos perdido una sana costumbre: la de pensar. Porque en realidad nos siguen chantajeando. Espejitos por oro. “No te metás” por supuesta tranquilidad. En vez de ponernos a solucionar los problemas, hacemos “barrios cerrados” para no verlos.
Por eso el problema no son las motos, ni los adolescentes, ni el tránsito. Ellos no trafican droga… apenas (algunos) la consumen. Ellos no se esconden para beber alcohol… nosotros se lo facilitamos. Ellos no deciden a qué hora se abren los boliches… nosotros abrimos esos boliches. Ellos no nacen sabiendo transgredir las normas de tránsito, sabiendo evadir impuestos. Eso lo aprenden de nosotros. Y como ven que no nos importa, aprenden de indiferencia.
Estos chicos, como muchos chicos argentinos, son víctimas inocentes de una comunidad que rifó su calidad de vida, sus valores, su solidaridad, las verdaderas ventajas que tenía con respecto a sociedades “supuestamente” mucho más avanzadas, digo, las cambió, por espejitos de colores.
Quizás el Loco Vieytes hizo el comentario más acertado con respecto al tema de la semana. En el bar del Gallego fueron largas y acaloradas las tertulias en las que todos expusimos nuestros puntos de vista y nuestras “maravillosas” soluciones, café por medio, claro.
El Loco dijo: “digan lo que quieran, propongan lo que quieran, la cuestión es que se puede legislar sobre los locos, los chorros, los asesinos, sobre el dinero, sobre la salud y la educación, se pueden hacer leyes y hacer cumplir leyes de lo que se les ocurra… Pero, no hay caso, muchachos, contra la estupidez no se puede…”

jueves, 14 de febrero de 2008

No existís!!

Cito textual a Alejandro Gravanago, un médico que supo trabajar en el Tren de las Nubes, allá en Salta y que se ha dedicado a escribir algunas cositas interesantes. Entre ellas, “Actualización de Zonzeras Argentinas” (Ed. Milor, Salta, diciembre de 2000)
“ Si no tenés e-mail no existís”
La frase “no existís” fue incorporada al léxico cotidiano por la juventud en las últimas décadas y constituye una expresión degradante de nuestros travestidos valores que cabalgan en él: tener para ser, más aún para existir. “Ser o no ser” dijo Shakespeare, y su máxima filosófica atravesó varios siglos hasta ponerse en duda el fin del milenio; hoy la disyuntiva es “tener o no tener”, así lo ha elaborado el imaginario popular a riesgo de negar la autoría de la máxima obra de la naturaleza, la de existir o no.
Esto de ligar la cibernética a la existencia humana se presta, entre otros, a dos análisis: por un lado, surge el endiosamiento del mundo virtual transformado en el máximo anhelo de esta sociedad contemporánea, a la cual incita, a su vez, a desmembrarse, a sacrificar el ámbito coloquial de persona a persona, ámbito irremplazable por su riqueza gesticular de cuerpo y ánimo; sólo en este ámbito pueden palparse las sensaciones dérmicas, apreciarse la mirada y considerar el valor sustancial de la inflexión de la palabra, como así también la expresión del rictus o la majestuosidad de la sonrisa. ¿Cómo se daría la seducción en un mundo absolutamente “electronizado”?
Por otro lado, con la cibernética se pretende reemplazar al libro, a una carta o cualquier publicación escrita, susceptible de ser transportada al tren, al bar, a la playa o al baño. La lectura es un disparador descomunal para la imaginación y ésta se nutre de distancia, de colores, de sonidos, de movimientos, de actitudes humanas, también de hecho animales, vegetales y hasta minerales. Los textos son disparadores de fantasías y a la vez, el hecho de poder transportar millones de letras, combinadas en miles de palabras, debajo del brazo es una posibilidad impagable.
Aquí la zoncera consiste en alentar el avance científico como medio para la deshumanización y más que nunca vale aquello de “lo que no sirve para mejorar al hombre no sirve para nada”. Esta aparentemente ingenua aseveración de “no existís” conviene que sea tenida muy en cuenta porque hoy se puede “no existir” si no lucís tal o cual pantalón, si no conocés a tal o cual intérprete, incluso llegando a la ridiculez de “no existir” por ser hincha de un determinado club de fútbol.”
Más adelante agrega para finalizar: “Ahora se puso de moda el chateo, más que una comunicación virtual, una desvirtuación de la comunicación. La globalización de las comunicaciones llevó la cotización de la bolsa de Tokio al monte chaqueño, el precio del Down Jones a la una de Atacama y ahora es capaz de poner a hablar a un salteño con un australiano, mientras tanto el salteño del monte, el de la una y el de la propia capital no logran entender qué pasa en su entorno, en su provincia y en su país, por qué le ocurren las cosas que le ocurren y por qué le va pero aunque insistan en convencerlo de que todo esto es bueno. Ocurrió que, de tanto comunicar al hombre con el mundo, lo aislaron de os seres que lo rodean, con los cuales comparte los mismos males pues son víctimas de los mismos victimarios.”
En otro capítulo de este jugoso libro, el autor habla de zonceras que “más que zonceras son estupideces, que no por viejas pierden vigencia…
Estas actitudes son sufridas a diario por los ciudadanos que se acercan a requerir una solución de algún funcionario, legislador, concejal, etc. Y no precisan explicación…
- El doctor está en una reunión
- El doctor viajó
- El doctor fue llamado por el Gobernador o el Presidente (siempre rango más alto)
- No hay presupuesto
- Venga la semana que viene
- El doctor está firmando…
- El doctor está en el norte, en el sur, o en el oeste
- Su tema pasó a Asesoría Letrada
- Lo suyo ya salió, vaya a Hacienda
- Está todo pero falta el Decreto
- La economía está bien, el único problema es la desocupación
- Recién hace 6 meses que gobernamos (o doce o 18)
- El doctor está descompuesto…”
La verdad es que alguna vez me contestaron alguna de estas frases… a usted no?

viernes, 8 de febrero de 2008

La eterna soberbia argentina

Los años 90 marcan una de las etapas más decadentes de la cultura argentina. Es mi opinión.
Fue el tiempo de la banalización y de la bananización. De la pizza con champagne. De Tinelli. De María Julia Alsogaray y su tapado de piel. De los jubilados pidiendo lo que les correspondía y de los 15 puntos de desocupación. La destrucción de la salud pública, de la educación pública, de todo lo público. Fue el tiempo del 1 a 1.
Hace mucho tiempo (era yo joven) escuché a Juan Alemann afirmar que el país no había valorado suficientemente los cambios que había introducido José Alfredo Martínez de Hoz, que eran profundos y que repercutirían durante muchos años en la vida económica del país. Y cuánta razón tenía. Estaban destinados a un país sin producción, sin industrias, sin educación.
Creo que lo mismo pasa con esta década nefasta del neoliberalismo de los 90. Porque no nos damos cuenta de lo profundo de su mal y que perdurará mucho más tiempo del que creemos. Porque somos así. Porque ahora andan las cosas un poco mejor, porque hay más trabajo, porque hay más producción. Pero la marca indeleble que significó para toda una generación de argentinos la década del 90, parecerá eterna.
Nos dejó una generación casi completa de analfabetos funcionales. De chicos y chicas que no han podido alimentarse como corresponde durante sus primeros años. Que no han recibido la debida educación ni la debida atención médica.
Son los que deberán tomar responsabilidades como adultos activos dentro de muy pocos años. Son la masa laboral de la década que viene. Son la masa electoral de la década que viene…
Y no han tenido modelos. Bah, modelos son lo que sobran, no? Modelos bailando, modelos patinando, modelos en un caño, modelos en video, modelos en bo…
Pero no sólo aquellos más desfavorecidos sufrieron. Los profesionales de hoy, no suelen ser lo que otrora eran (o parecían). La mayoría de los maestros jóvenes ostentan graves faltas de ortografía y huecos importantes en su cultura general. Lo mismo pasa con los nóveles periodistas al que los salva un tanto la tecnología de la computadora que viene con corrector ortográfico incluído. Pero el tema es que para las ideas no hay diccionario que valga, tienen que salir de uno. No quiero ni pensar en aquellos arquitectos, ingenieros, médicos y tantos otros profesionales que en los noventa manejaban taxis por la Capital. Años de geografía callejera, pero poco estudio y práctica. Quizás hayan aprendido cómo llegar, aunque no sepan para qué ni por qué.
Hay un vacío que todavía no se ve pero que requerirá de muchísimo más esfuerzo que el que debimos hacer como pueblo hasta ahora y debiera ser una responsabilidad de la dirigencia política, empresarial, de los intelectuales, de todos, estar pendientes de esto e intentar prevenir males mayores.
Cambiando de tema, aunque tiene algo que ver con lo que hablamos de la decadencia cultural, ayer, venciendo al sueño, me quedé a ver el partido entre la selección argentina sub 23 y el seleccionado de Guatemala. Más allá del resultado y de la evidente superioridad de nuestro seleccionado me quedé espantado de los comentaristas del encuentro. Mucha soberbia, mucha “presunta” superioridad y cierta forma de subestimar al “otro”, si bien no me dejaron perplejo (uno está acostumbrado a los que “se las saben todas”), me apesadumbraron un tanto.
No es que uno pretenda demasiado, pero comentar un partido como si se lo estuviese mirando en cualquier mesa de café, me parece deprimente. Para eso estamos nosotros, usted, yo, la gente común, que podemos darnos el “lujo” de ser un tanto groseros, prepotentes, testarudos, soberbios… pero quien tiene la responsabilidad de llegar a tantos con sus palabras. Me parece una barbaridad.